cuento guarany
Los poetas
guaraníes no eran poetas cualquieras, hubo una época que sus palabras tenían
grandes poderes. Por eso, de tanto evocar a la luna, esta comenzó a venir a
pasear a la tierra. Los días que la luna no se ve, es porque pasea por nuestro
planeta. Claro que no como la vemos en el cielo, a la tierra viene como una
hermosa mujer de piel blanca, pelo plateado y vestido de fina seda y delicados
colores.
En el idioma
Guaraní a la luna se la conoce como Yasí, y a la nube, su compañera en estas
travesías, Araí.
Fue una tarde
que, Yasí y Araí paseaban por el frondoso bosque misionero, viendo los colores
y disfrutando los aromas de las flores y el canto de los pájaros cuando las
sorprende un yaguareté hambriento. Ambas jóvenes quedaron inmóviles del miedo,
no sabían que hacer. El tigre agazapado esperaba el mejor momento para dar un
zarpazo. Ellas asustadas intentaron huir, la bestia saltó sobre ella pero
inesperadamente es alcanzada por una flecha certera que parte su corazón. Un
indio, anciano ya, estaba escondido tras el tronco de un frondoso árbol. Corrió
para ver si las jóvenes se encontraban bien, pero ellas ya no estaban. Le quitó
la piel al yaguareté, trepó al árbol porque se acercaba la noche y no es sabio
caminar en el bosque oscuro. Dormir en la copa de un árbol, cubierto con el
cuero de su víctima con su arco y flechas a mano, es lo más seguro que el indio
viejo pero ágil podía hacer.
Esa noche soñó;
soñó con esa hermosa joven que, brillante y vestida con una nube, le hablaba
diciendo: Yo soy yasí, la luna, protectora de los hombres buenos. Hoy me
salvaste de ser devorada por el yaguareté cuando paseaba con mi amiga Araí por
la tierra. También salvaste a toda la humanidad de vivir sin luna. Por eso voy
a darte un regalo, un regalo muy especial. Mañana, cuando despiertes verás que
he hecho crecer una nueva planta que llamarás Caá. ¡Cuidado! Sus hojas son
venenosas y beneficiosas a la vez. Para que no sean venenosas deberás tostarla
y tendrás grandes beneficios de ella.
El indio despertó y buscaba a Yasí, no la encontró, pero si vio a aquella planta de la que ella le había hablado: Caá. La yerba mate acompaña desde entonces a los hombres, como un regalo de la luna, en sus momentos más tristes, en los alegres también. Le hace compañía en la soledad, ayuda a los poetas a escribir, da calor en los inviernos y fuerza para el trabajo.