En la hostilidad del paisaje norteño, en un clima desértico donde las plantas hacen un esfuerzo enorme por crecer y mantenerse casi sin agua, un cañaveral levanta sus brazos al cielo desde hace más años de los que cualquier habitante del pueblo cercano recuerde. Cañas que fueron parte de la historia, que vieron crecer changuitos que se hicieron hombres, ancianos y ya no están en su presencia física. Los arrieros de llamas en mas de una oportunidad buscaron su sombra para descansar del calor extremo, armaron un acullico y en melodías ancestrales cantaron su vidalitas, algúna vaguala tal vez rimando penas, alegrías, reclamos por el maltrato a su pueblo.
Alguna pareja buscó guarida para sus primeros amores, alguna niña, o algún muchacho se escondió para llorar un desamor, un engaño. Los pájaros formaron nidos y cantaron entre las cañas a la vida y al amor.
Pero un artista se acercó con otras intenciones: después de mirar y examinar atentamente, cortó las cañas que le parecieron mas apropiadas, la llevó a su taller, le dio las notas adecuadas para formar una tropa de flautas.
Y ese domingo, en la reunión de sikuris, fueron liberados decenas, tal vez cientos de años de sentires populares. Se escuchó el canto de pájaros que cantaron hace muchas primaveras, el dolor del paisano, su alegria y sus quejas, el amor primero de la parejita que hoy son abuelos, el llanto de desengaño de los jovenes abandonados.
Por eso es que no existen músicos ni poetas. Existen traductores. La pacha entera, todo el cosmos de hoy y de ayer nos habla constantemerne. El artista, aquel que pone el oído atento, no es un creador, es un simple traductor de un lenguaje milenario al que el presta atención. Cada poesía, cada melodía reproduce vivencias ancestrales, todo un pueblo canta en su poesía, todo el cosmos se revela en su melodía. Es el artista no un creador individual, sino un altavoz que llama la atención de un lenguaje ignorado.
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