No se si era
originario o no, sólo se que en el pequeño pueblo de la provincia de Buenos
Aires donde vivía lo llamaban “El Indio”. Hombre de edad indefinida que, sin
lugar a dudas, nadie en el pueblo lo había visto nacer.
Vivía casí como
un ermitaño leyendo la buenaventura a quienes querían conocer de amores,
siembras, cosechas y de cualquier cosa que le deparara el futuro.
De noche pasaba
horas leyendo las estrellas y cada mañana, después de meditar desde bien
temprano acompañado de unos cimarrones goteados (así le llamaba al mate amargo
cebado con agua caliente y un chorro de aguardiente) estaba listo para hablarle
a los vecinos de su futuro.
Fue aquella
mañana fría que tuvo una sensación que lo dejó preocupado. Algo andaba mal y no
podía precisar qué. Pero mas se preocupó esa noche cuando observó que la
chacana, que así le llamaba a la cruz del sur, había pedido gran parte de su
brillo. Al día siguiente, las estrellas mas lejanas y pequeñas habían
desaparecido. El Indio creyó comprender un inminente fin del mundo. Mas que
eso, el universo entero estaba desapareciendo.
Aunque en el
pueblo lo respetaban mucho, todos se burlaban de sus predicciones. Algunos
pensaban que el viejo al fin había enloquecido; otros culpaban a la ginebra. La
cuestión es que el Indio se preocupaba cada día más. Las estrellas desaparecían
día tras día.
Aquella mañana,
al despertar, comprendió impávido, el gran mensaje que le transmitía el brillo
de las estrellas: ya no había ninguna estrella en el firmamento. Nunca más
habría una estrella para él en el basto cielo. El Indio, había quedado ciego.
1 comentario:
Qué buenas historias hay en este blog....hay que difundir. .lo digo yo,no el autor. Gracias por compartir
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