Había una vez un pastorcito que cuidaba su rebaño
en la cima de una montaña. Cuidar ovejas suele ser muy aburrido y para
divertirse se le ocurrió hacerles una broma a los aldeanos. Asi que con su
mejor voz de miedo gritó:
—¡Lobo, lobo! Hay un lobo que persigue las ovejas.
Los aldeanos llegaron corriendo para ayudar al
pastorcito y ahuyentar al lobo. Pero al llegar no encontraron ningún lobo. El
pastorcito se echó a reír al ver sus rostros enojados.
—No grites lobo, cuando no hay ningún lobo —dijeron
los aldeanos y se fueron enojados.
Después de un rato, el pastorcito gritó nuevamente:
—¡Lobo, lobo! El lobo está persiguiendo las ovejas.
Los aldeanos corrieron nuevamente a auxiliarlo,
pero al ver que no había ningún lobo le dijeron al pastorcito con severidad:
—No grites lobo cuando no hay ningún lobo, hazlo
cuando en realidad un lobo esté persiguiendo las ovejas.
Pero el pastorcito seguía revolcándose de la risa
mientras veía a los aldeanos bajar la colina una vez más.
El intendente del
lugar, viendo que este chico era un problema convocó a la aldea para ver que
hacían con el pastorcito mentiroso. Uno propuso que no había que hacerle mas
caso cuando gritara. Otro dijo ¿Y si viene el lobo en serio? Un tercero dijo:
Es muy chiquito para trabajar y busca nuestra atención.
Así que entre todos los
de la aldea decidieron que el pastorcito era muy chico para trabajar, sacaron
dinero de la alcaldía y lo mandaron a estudiar. Hoy ya no es mas pastorcito, es
docente y recibe en su colegio a todos los niños para que ya no haya chicos que
tengan que trabajar.