La casa era antigua y bastante descuidada. Pero mostraba resabios de su orgulloso pasado. Todo el pueblo la conocía como “la casa del inventor”. Es que allí vivía aquel hombre solitario con mañas de creador. Aunque sus inventos y creaciones eran totalmente dedicada a los niños. Juguetes de todo tipo adornaban la sala de estar, el comedor y el jardín.
Había inventado varias cosas, algunas inservibles, como el barrilete invisible. Otras graciosas, como la pelota que le sacaba la lengua al arquero cuando era vencido. Pero lo que lo había hecho famoso era la muñeca que le regaló a su hija; una muñeca de cerámica a la cual había puesto un mecanismo que, al tirarle de un hilo en la espalda, la pepona cobraba vida y se ponía a bailar. Pero lo más llamativo era que él a su hija le había hecho creer que el movimiento de la muñeca era la respuesta a su canto. Así que el inventor, tiraba del hilo sin que ella lo note y se ponía a cantar. La muñeca se ponía en pie y feliz bailaba al compás del canto del viejo. Claro es que cuando el hilo comenzaba a agotarse, nuestro inventor tenía que hacer más lento su canto para acompañar a la muñeca que iba perdiendo velocidad.
Pasaron muchos años y la mecánica se fue perfeccionando. De hecho, en esa época no existía la pila, por eso el mecanismo. Pero se inventaron los diarios, la radio, la televisión, el internet, las redes sociales y han logrado que toda, o casi toda la sociedad se convierta en marioneta. Marionetas sin hilos que, ahora si, bailan al compás de su creador. Cuando el poder canta, las muñecas bailan. Cuando los creadores dicen “a trabajar”, las marionetas trabajan para ellos. Cuando dicen pobreza, se enorgullecen de ser pobres, cuando dicen hambre, bailan la danza de la desnutrición. Todo con una gran sonrisa. Todo con la alegría de bailar para quien canta.
marzo 2023
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